FB

sábado, 23 de enero de 2010

Mi amigo, el banquero, está deprimido.

Me da una penita verlo moquear secando sus tristes mocos en pañuelo de encaje de Camariñas, pobre… La lluvia cae sobre el parabrisas de su BMW X 700000000 como lágrimas que apenan más aún su mísera existencia. Parece encogido en su traje Pal Zileri de El Corte Inglés; ya no se puede permitir que el propio Armani le coja los bajos de los pantalones que le hace a medida en su maison de París.
Y es que no es para menos, ha dejado de ganar una pasta gansa, en serio, pero tela, nada de cuatro euros, ni cuatro mil, ni cuatrocientos mil, nstsh, nstsh, nstsh
Yo intento animarle con fatuas palabras, banalidades que no consuelan a mi maltratado por la injusta vida amigo banquero... «Que no es lo mismo dejar de ganar que perder, chiquillo, que mira los de Haití». Pero es que tiene toíta razón, ellos no tenían nada, nada que perder, qué más da, no es lo mismo, oiga.
Y por eso ha decidido quedarse con una comisioncilla de cada una de las aportaciones que cada hijo de vecino, conmovido por las imágenes de Haití, asustado de los datos de la catástrofe —en cifras oficiales el equivalente en defunciones a la población de toda Reus, Reus a tomar por…, y el de damnificados a la población de Sevilla, ea toíta Sevilla también a tomar— ha tenido a bien donar a través de su cuenta bancaria.
Pero al final en algo me da la razón, las penas con Chateau Lafite Rothschild del 87 (1787, of course) son menos.
¿500.000 firmas para que los bancos dejen de cobrar comisiones? 500.000 patás en el culo les daba yo, por supuesto no para repartir, a cada uno las suyas.