No tener una conversación por miedo a la sinceridad, no pedir favores por miedo a tener que devolverlos, nunca jugar con fuego por miedo a quemarte, no bailar por no saber si lo haces bien, no cantar por miedo al qué dirán, no usar las cosas para no romperlas, no entregarte en tu relación para que no te hagan daño, no estar con quien te apetece porque no está a tu altura, no tirarte al barro porque mancha, no perdonar para no ceder, no viajar lejos para no tener que planificar, engañarte a ti misma para no tener que tomar decisiones, no hacer lo que realmente te apetece porque alguien te lo prohíbe, conformarte para no tener que arriesgar, permanecer con alguien que no te satisface plenamente porque es bueno para ti, o para esa persona...
La vida duele, imbécil. ¿Qué vas a dejar para cuando te mueras? No se trata de perder la cordura, no se trata de ser egoísta, se trata de vivir honestamente. VIVIR.
Arrastra la vida por el fango, pégale fuego al corazón con quien de verdad despierte tu chispa, da y pide hasta la agonía, chancletéate el mundo hasta sin zapatos, suelta lo que ya no sea útil, agarra lo que te haga sentir tú misma, abraza hasta partirle la cara a la vergüenza, no dejes de buscar hasta que realmente encuentres, haz valer tus diferencias mezclándote con quien piensas el opuesto, revienta el sistema si hace falta, ama hasta el empalago, haz de tu trabajo tu obsesión, quédate con quien te haga reír, huye de quien te limita, persigue a quien ocupe tus pensamientos, deja ir lo que debe ser libre...
La honestidad no consiste en no hacer daño sino en no engañar, pero, sobre todo, no engañarse.
Porque no es lo mismo comer que saborear, vive, ñoyá.
Vida. Una.
Que cuando te llegue la hora y la tengas que entregar, esté inservible.