Recuerdo aquella vez en la que unas compañeras alquilaron un piso en 2º de carrera y yo, a pesar de tener residencia propia muy cerca, me fui de okupa un mes con ellas al amparo de la vida estudiantil más disipada.
Es magnífico observar cómo el ser humano, al más puro estilo vecinal, se adapta a las situaciones más ilustradoras y esperpénticas.
Heme allí. En una barriada obrera en la que la percepción de la realidad pasa por la comuna, la reivindicación de los derechos propios y los deberes ajenos y la vuelta a las raíces campestres. Quiero aprovechar para agradecer a quien fue nuestro querido vecino del 6º su decisión de descubrirnos las falacias sobre las leyendas urbanas de los gallos del pueblo con un claro ejemplo práctico.
No, queridos lectores, los gallos no cantan al despuntar el alba, tienen una tendencia maníaco suicida de cantar a la hora que le sale de los huevos que ponen sus señoras mujeres (esposas entregadas), lo que viene siendo desde las cuatro de la mañana hasta las ocho de la tarde aproximadamente, hora en el que este angelito alado y crestoso parece que encuentra a bien retirarse a sus aposentos para contar ovejas o hacer gárgaras con miel y limón, vaya usted a saber.
La cuestión es que la vida despreocupada de nuestro apuesto emplumado fue breve pero intensa, duró lo que la paciencia del vecino del 7º, que también nos aportó un gran conocimiento sobre las consecuencias de la paciencia desbordada de un trabajador nocturno cruzadas con la teoría de la gravedad (más un ladrillo en todo el cocodrolo del pobre gallináceo). En conclusión, la jaula que colgaba cuan artística gárgola del alfeizar de la ventana principal del señor del 6º no soportó el peso decisivo del señor del 7º en su búsqueda del mutis general mas extensivo.
Así que he aquí un claro ejemplo del egocentrismo humano, que no permite la convivencia de seres inferiores en un vecindario tranquilo (¡qué egoísta inhumano! Lo que le hizo al pobre gallo…) y venido a más con las decisiones coyunturales de sus miembros más considerados.
Es magnífico observar cómo el ser humano, al más puro estilo vecinal, se adapta a las situaciones más ilustradoras y esperpénticas.
Heme allí. En una barriada obrera en la que la percepción de la realidad pasa por la comuna, la reivindicación de los derechos propios y los deberes ajenos y la vuelta a las raíces campestres. Quiero aprovechar para agradecer a quien fue nuestro querido vecino del 6º su decisión de descubrirnos las falacias sobre las leyendas urbanas de los gallos del pueblo con un claro ejemplo práctico.
No, queridos lectores, los gallos no cantan al despuntar el alba, tienen una tendencia maníaco suicida de cantar a la hora que le sale de los huevos que ponen sus señoras mujeres (esposas entregadas), lo que viene siendo desde las cuatro de la mañana hasta las ocho de la tarde aproximadamente, hora en el que este angelito alado y crestoso parece que encuentra a bien retirarse a sus aposentos para contar ovejas o hacer gárgaras con miel y limón, vaya usted a saber.
La cuestión es que la vida despreocupada de nuestro apuesto emplumado fue breve pero intensa, duró lo que la paciencia del vecino del 7º, que también nos aportó un gran conocimiento sobre las consecuencias de la paciencia desbordada de un trabajador nocturno cruzadas con la teoría de la gravedad (más un ladrillo en todo el cocodrolo del pobre gallináceo). En conclusión, la jaula que colgaba cuan artística gárgola del alfeizar de la ventana principal del señor del 6º no soportó el peso decisivo del señor del 7º en su búsqueda del mutis general mas extensivo.
Así que he aquí un claro ejemplo del egocentrismo humano, que no permite la convivencia de seres inferiores en un vecindario tranquilo (¡qué egoísta inhumano! Lo que le hizo al pobre gallo…) y venido a más con las decisiones coyunturales de sus miembros más considerados.