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lunes, 2 de febrero de 2009

La incompetencia de VUELING


Érase una vez un puente aéreo que aterrizó en Barcelona. En él viajaba una maletita con ruedas que nunca había sido facturada pero que, esta vez, al ir acompañada de sus amigas la maletita del portátil y el bolso de calle, no tuvo más coj (remedio, mamá, ahí pone remedio) que ir a la bodega de la lata de conservas con alas (que alguien pensó que si se las ponen a las compresas las latas de anchoas no iban a ser menos) de VUELING.
Pero oh, sorpresa, cuando volvió a las manos de la abnegada propietaria que tenía que tirar de ella hasta su casa (metro, tren, calles, varias docenas de km más pallá…) se admiró del trato amable y delicado con el que los operarios de VUELING habían tratado su precioso trolley (maletita con ruedas, niño, a ver si vamos terminando la ESO, anda). Adjunto foto.
Y la sorpresa tomó una nueva dimensión cuando las bolas de los ojos rodaron por el suelo, como canicas traicioneras, al compás de la ligera melodía que ofrecía al público la mandíbula inferior que, separándose del cráneo hasta caer sobre el suave granito aeropuertil, dibujaba la gran I (la hija bastarda de la Incredulidad, la Impotencia y la Indignación).
-Que no, señora, que VUELING no se hace cargo de los desperfectos de la maleta.
Así que tras una hoja de reclamaciones, varios cortes en las manos de arrastrar el maldito artefacto con ruedas de asas rígidas partidas y algunos objetos perdidos después llegué a casa.
Y es que si el alma tiene piel, a VUELING le suda el alma los clientes, por toditos sus poros.