FB

viernes, 5 de junio de 2009

La Seguridad Social: ese santo de nuestra devoción.

Érase una vez una extraña pareja, compuesta por un sujeto paciente y un complemento agente, que era asidua al hospital para tratamiento vitalicio del primero de los individuos.
Era habitual que al sujeto paciente le enchufaran un gotero al catéter y lo colgaran en una percha con ruedas (el gotero se entiende), uno de esos artefactos mezcla de tacataca y pararrayos.
En esto que el sujeto paciente medio dormitaba, el complemento agente ojeaba una revista y se percató de que el gotero se había quedado seco, tanto que se había pegado un lateral del plástico con otro y amenazaba con producir un efecto implosivo y chuparle toda la sangre al enfermito por el mismo camino que le había suministrado el líquido transparente.
—Enfermera —llamó el complemento agente a una señorita que pasaba por allí vestida con uniforme enfermeril, en voz baja para no despertar al sujeto paciente.
La enfermera, angelito, se ve que padecía sordera profunda de las dos orejas, pasó impertérrita a escasos dos metros del lugar.
—¿Enfermera? —preguntó tras llamar al timbre que ponen sobre las camas de los hospitales.
—¡Enfermera! —gritó el complemento agente en el mostrador de las enfermeras al grupo de doñas vestidas virginalmente, que discutían sobre los turnos sin ni siquiera haber levantando la cabeza durante los cinco minutos de cortesía en los que el complemento esperaba que se notara su presencia.
—Vaya usted a la habitación, que ahora irá alguien (¿será ese alguien diplomado en enfermería?).
El complemento agente obedeció como buen esclavo de Hacienda y ocupó el sitio donde había dejado la revista. Un buen raaaaaaaaato después apareció una de las discutidoras virginales.
—¿Qué pasa? —olé ahí ese arte, ese poderío, ese duende…, con los brazos en jarra y con deje molesto a saber por qué.
—Al enfermito se le ha acabado la Coca Cola —contestó sin ganas de líos señalando la bolsa de plástico vacía.
—Hombre, llamar a esto Coca Cola —soltó indignada.
—¿Pepsi? —intentó quitarle hierro al asunto, sin éxito ninguno con la enfermera y haciendo sonreír al sujeto paciente.
—Desde luego hay que tomarse más en serio el trabajo de la gente —¿eins? ¿y ahora qué me está contando la paranoica autista esta? —se preguntó el complemento agente con incredulidad.
—Lo del All Bran no lo ha probao usted ¿no?
—Aquí no estamos para guasas, ahora vuelvo con otra bolsa.
—¿Para pedir que remitan por fax el historial del paciente a otro médico dónde tengo que dirigirme?
Al notar que el silencio le aporreaba el cocoroto se dio cuenta de que no iba a obtener respuesta ya que la susodicha se había esfumado cuan peta en concierto de Iron Maiden.
Ya en el mostrador reformuló la pregunta a la enfermera de turno, a lo que ésta contestó:
—¿Por fax? Pero es que son 25 hojas...
Flipa —pensó el complemento agente— ¿esta señora sabe lo que es un fax? ¿A ver si se piensa que las tiene que copiar una a una?
—Ya, sí ¿es que no es automático el fax? —después de haber comprobado que tenía detrás un fantástico y descomunal aparato faxístico de metro y medio de altura que seguro que por alguno de sus agujeros hacía la manicura, daba café y masajes varios.
—El fax sí, pero es que claro, 25 hojas…
Sigamos flipando… —repensó—, ¿dónde estará el problema?
—¿Y?
—Pues que son 25 hojas, creo que acabo de decirlo, no veo la necesidad de repetir las cosas.
—Es igual, déjelo, ya me paso luego —desistió el complemento agente.
Y ella, esa masa ingente de ignorancia y desidia, contenta de que la dejara en paz.
Media hora más tarde, otra enfermera había solucionado el conflicto bélico mundial reduciendo el problema a escasos 30 segundos, un puñado de papeles ordenados y puestos bocarriba, un número de fax en la pantalla del fax y una sola pulsación a STAAAAAAAAAAART.
MORALEJA: la vida no es tan complicada, la complica la cul pipol.