Venus al alba E. P. Jiménez |
Última incursión venusiana:
La melodía del piano
intentaba escapar del móvil sin tomar consciencia de que solo era un bucle.
Descolgó la llamada de Raquel y le pidió que recogiera la medicina de Miguel de
camino a casa ya que se había autoinvitado a cenar.
—Jolines, Nadirita, pobre
Miguel ¿no hay otra cosa para la tos que supositorios?
—¿Qué son supositorios,
tita Raquel? —preguntó el niño.
—Jarabe del culito
—contestó arqueando las cejas y apretando los labios.
—¿Otra vez lo que me dio la
tita Mariola? No, yo de eso no quiero… —protestó el pequeño.
—Pues es bueno para la tos,
se te quitará antes y podrás dormir —dijo su madre.
—Pero no me gusta, me entra
ganas de hacer caca y, además, luego es como si me hubiera comido un caramelo
de menta de esos muy fuertes que no son para los niños —se quejó Miguel.
—¿Cómo? —preguntó Raquel
sin dar crédito a lo que acababa de escuchar.
—Sí, se me sube un sabor a
la garganta que no me gusta —aclaró el pequeño.
Raquel miró a Nadir
amenazando tormenta de risas y lágrimas.
—Tócate el…
—¡Raquel! —interrumpió Nadir
la más que obvia ordinariez.
—Henry… —acabó rompiendo a
reír roja como tomate.
—¿Qué es el Henry, mamá?
—preguntó el niño mientras Raquel se retorcía de la risa floja que la dominaba.
—El Henry es el pito
—contestó Raquel riendo a mandíbula batiente.