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jueves, 27 de noviembre de 2014

Venus al alba (Capítulos I y II)


Durante años fue su manzana prohibida, y desde el primer día la deseó con piel. Siempre supo que era ella, y no el miedo a estar solo. Pero nunca luchó por conseguirla; no la quería como triunfo, sino como felicidad. Así que tuvo que sobrevivir a la decisión que eligió por él. La vio marchar. La rutina le enseñó a ignorar las preguntas de las que conocía las respuestas.
Algunas noches imaginaba que sus pensamientos la despertaban, allá donde estuviera, y le rozaban los labios para traer su tacto de vuelta. Pero siempre se despertaba sin su sabor, con la misma sensación de necesitarla por mucho que la distancia quisiera ponerle el nombre del olvido.
Cuando pocos años después Nadir regresó a Málaga, Marco no quiso alegrarse de la ruptura emocional que la trajo de vuelta, pero no pudo evitar que cierto regocijo removiera los cimientos de su alma.

«Los que pensábamos que eras nuestra amiga no nos dimos cuenta de que nunca nos perteneciste, pero nosotros a ti sí. Eres como la madre Naturaleza, ya estabas cuando llegamos y seguirás cuando nos hayamos ido, madurando sin envejecer…».
—¿Eso le has escrito? —preguntó Enrique.
—Sí. Es mi bienvenida —contestó Marco— ¿no quieres que continúe?
—Menuda cursilada, por favor… Estás jodido —se lamentó mientras arqueaba las cejas, se relamía los labios y se reclinaba en la silla del bar.
—¿Piensas que no le va a gustar? —interrogó Marco.
—No, lo que creo es que es una putada que sigas colado por ella después de tanto tiempo. Yo no me la follé, no hubo manera, y se me pasó rápido el calentón. Pero tú…
—Creo que sí le va a gustar —añadió mirando el papel y bebiendo un sorbo de cerveza.
—¿Tú sí? Serás cabrón ¿cómo lo conseguiste? Pero si eres…
—Enrique, no te pases… Y ¿soy qué? Calvo, del montón… Es cierto, no tengo tanta planta como tú. Y no voy a hablar de si sí o si no contigo. Eres capaz de publicarlo hasta en el Facebook. Quédate nadando en tu especulación, pero ten cuidado, no te ahogues —acto seguido se levantó y fue a pagar la cuenta.
—Déjate de hostias, Marco, ya pago yo. Cuando te hagas rico y famoso de verdad págame un festival con pibas.
—Vendrás ¿verdad? —preguntó Marco mientras se alejaba.
—Pues claro, hombre. Hablando de pibas ¿me voy a perder yo al pibón de Nadir?
—No sé si arrepentirme ya o esperar a que la cagues… Nos vemos entonces. Puntual ¿eh?

La tarde, tranquila y luminosa, husmeaba en la vida de todos, como un gato que rebusca en un basurero. Marco paseaba por los comercios hasta que decidió perderse en la calle de las librerías. Siempre le dio miedo esa calle, de pequeño. Estrecha, larga, oscura y húmeda por el eterno goteo de la tubería rota del Teatro Cervantes que ennegrecía los adoquines de moho en  una ciudad donde la penumbra se solía esconder de ella misma.
Quince librerías en una sola calle, a dos bandas. Quince bonitas niñas que para Marco, calzados ya los cincuenta, se le antojaban Lolitas promiscuas, ávidas de ser penetradas por lectores maduros taciturnos que compraran sus libros. Pero Marco era maduro de una sola Lolita, Alejandría. Si Borges imaginaba el paraíso como algún tipo de biblioteca, en esa librería hubiera conversado con Dios. Situada en la parte más señorial, y mejor conservada, del edificio del s. XVIII que albergaba más de un paraíso de libros, los techos eran de madera y estaban a cinco metros sobre el suelo lo que, en manos de un artesano de sueños e ingeniero Tetris, favorecía la perspectiva horror vacui de su dueño. Cientos de miles de libros se amontonaban, en el más ordenado de los caos, formando macroestructuras microarquitectónicas. Hipo, que así se hacía llamar el dueño de Alejandría, conseguía lucir sus volúmenes más golosos suspendidos en el aire con hilo de pescar y nudos marineros.
La madera, hermana del papel, impregnaba de su olor característico aquella inmensa estancia de varias salas. Nadie, excepto Hipo, se subía en las escaleras correderas que llegaban al techo y nadie, excepto Hipo, sabía qué libros vivían allí ni cuál podría ser su ubicación.
Al entrar, Marco accionó un modernísimo y complejo mecanismo de última tecnología cuya melodía paso desapercibida por lo cotidiano de su sonido, un móvil de bambú.

—Marco ¿te lo vas a llevar?
Hipo buscó algo debajo del mostrador. Cuando lo hubo encontrado, después de ruidos de papel y de metal, y levantó la cabeza, Marco ya estaba justo delante de él, al otro lado del mostrador.
—Sí, por favor. Cóbrate —le indicó Marco apuntándole con una tarjeta de crédito negra.
—Te lo he envuelto en papel, aunque no sea un regalo estará mejor ahí dentro que al tacto de cualquier funda de plástico —aclaró el librero.
—Gracias —el escritor sentenció la conversación firmando la lengua de papel que escupió el datáfono.
—Te debe ir bien las cosas ¿no, Marco? —intentó continuar la conversación sin demasiado éxito.
—No me puedo quejar —dijo el escritor.
—Te han dado un premio este año, otro ¿puede ser?
—Sí, uno, hace poco, sí —contestó el escritor con la misma habilidad que un ventrílocuo.
—Es un premio importante ¿no? —insistió Hipo.
—El Nacional —respondió con apatía.
—Todo un honor tenerte de cliente tantos años, Marco —y el librero le entregó el paquete mientras le miraba con afecto, sincero, sereno.
—Gracias, Hipo —dijo Marco—, hasta otro día.

Hipo Valdés lo siguió con la mirada hasta que la silueta del escritor y su sombra comulgaron en un  mismo pedazo de oscuridad al final de la calle.
Llegó a su casa, esa especie de museo ordenado que tenía por hogar, y colocó el paquete encima de la mesita del salón. Allí estuvo observándolo, en la oscuridad, hasta que se levantó una hora después y se fue a dormir sin cenar.

domingo, 2 de noviembre de 2014

TDAH ¿sí o no?

Cuando poco antes de morir, en 2009, Leon Eisenberg, conocido como el padre del TDAH, afirmó que era una “enfermedad ficticia” (la palabra literal es “fabricada”) parece ser que se incurrió en un error de traducción. Lo que decía Eisenberg es que se estaba sobrediagnosticando y que se debería investigar más cada caso y medicar menos a los niños.

Como todo en la vida, al extenderse la noticia (que no fue de 2009 sino de 2012) han surgido opiniones de las que se suben al carro de la novedad, en este caso la de arremeter contra este trastorno, algunos hasta con argumentos convincentes.

Al afirmar el psicoanalista Joseph Knobel Freud, sobrino nieto de Sigmund, que lo que ocurre es que el niño intenta llamar la atención de sus padres y se inquieta, o al sugerir Ken Robinson, Sir todo él, que sospechosamente se da en entornos con más estímulos como las ciudades más grandes, o al asegurar el catedrático Marino Pérez que no hay biomarcador cerebral que demuestre la existencia del TDAH, tampoco aportan una prueba contundente de lo contrario.

Esto es, sin interés ninguno en que exista o no dicho trastorno me surgen bastantes dudas sobre tales afirmaciones. Sr. Pérez ¿existe biomarcador para detectar todas las enfermedades de salud mental reconocidas por la OMS? ¿Es esa condición sine qua non para que exista una enfermedad? ¿Es posible que aún no tengamos los parámetros que acoten ese biomarcador o desconozcamos la combinación de marcadores biológicos específicos…?

Es cierto, señor Robinson, a mayor cantidad e intensidad de estímulos mayor posibilidad de estrés y ansiedad que se puede somatizar fácilmente ¿indica eso rotundamente que no exista el TDAH? ¿O solo se pone usted a la defensiva porque nota, como yo, que es más fácil tirar de manual donde vienen registradas unas cuántas enfermedades con indicaciones embotelladas y medicamentos específicos que “parece que funcionan” y así me quito de problemas (si soy médico que sobrevive, también, en océanos de estímulos)?

Creo que lo médicos de hoy en día no se salen del protocolo por comodidad y miedo, por ese orden, lo que perjudica seriamente la salud.

Creo que no se tiene en cuenta que durante décadas, y con el beneplácito de nuestros gobiernos, se ha venido hormonando y cargando de antibióticos la comida viva destinada al ser humano y eso, quieran algunos admitirlo o no, tiene que influir en nuestro sistema inmune, por ejemplo, sí o sí. Sin hablar de otros agentes externos, dícese parabenos y primos hermanos, o de medicamentos recetados cuyos efectos secundarios pueden camuflarse mejor que los de la Talidomina por, quizás, intensificarse con el tiempo en vez de ser inmediatos o mezclarse con otra clase de dolencias comunes que cuadren con cualquier diagnóstico del manual antes citado. No hablo ya de la contaminación y de procesos inflamatorios. Pero 9 de cada 10 enfermos son crónicos, y eso genera muchos beneficios, sospechoso.

Creo que las TIC están modificando el funcionamiento del cerebro y todavía no sabemos el calado de tal influencia.

Creo que la sociedad desarrollada actual está estresada porque así lo han favorecido los agentes económicos, reyes del mambo que nos marcan el ritmo de baile, y nos obligan a consumir para no sentirnos excluidos, bajo presión psicológica, a una velocidad de vértigo, auspiciada por técnicas de venta salvajes y manipuladoras como la obsolescencia programada.

Creo que la sociedad está “avanzando” a una velocidad tremenda y que los males (me refiero a la salud) no son, ni pueden serlo, los mismos que hace un siglo.

Está claro que nadie tiene el monopolio de nuestra salud pero entre todos nos la están (y algunos se autoayudan) fastidiando.

No sé si existe el TDAH, pero por ahora, con estos argumentos y mi experiencia, tengo mis serias dudas de que no exista.