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viernes, 4 de noviembre de 2011

Te adoro, Adoración.

Cuando yo nací ya existían.
Supongo que la gran mayoría de las personas de este país, incluido el País Vasco, dejaron de pensar en si tenían o no razón los vascos que deseaban ser independientes cuando ETA irrumpió en la sociedad española. Simplemente, la independencia pasó a un último plano, ya ni segundo.
Todo deja de tener valor ni razón de ser ni sentido ni firmeza de argumentos si se basa en el desprecio hacia la vida del ser humano o su integridad física y psicológica. Asesinos, punto pelota.
Dedico estas palabras a todas las víctimas del terrorismo, las que dejaron de estar entre nosotros y las que aún sufren sus consecuencias.
Pero sobre todo, dedico estas palabras y un «olé toíto su arte, vaya par de ovarios, de mayor quiero ser como usted, ojalá el mundo tuviera sus cojones para luchar contra la injusticia» a Adoración Zubeldia.
Hoy he visto en el Telediario a la viuda de Múgica hacer valer su derecho a estar presente en el juicio contra los presuntos etarras asesinos de su marido para declarar —en vez de hacerlo por videoconferencia como le sugirieron— y cuando ha terminado su declaración ha pedido permiso y ha mirado a los ojos, uno a uno, a los «cabrones» —que no lo digo yo, que lo dice la juez— que presuntamente asesinaron a su esposo. Dicen los que estaban de frente que de valientes poco, y ni uno sólo ha sido capaz de aguantarle la mirada a la Señora (con mayúsculas).
En un país cainita como éste donde el término parecen haberlo acuñado los etarras, lo que ha hecho la Zubeldia…, eso es tenerlos bien puestos, sin pistola, sin bombas. Sólo sus ojos y su determinación, y pidiendo permiso, oiga. Vaya lección. Igualito que ellos...