Encajes de encaje.
Cuando la pobreza ya ni estorba, la avaricia amamanta ricos.
Cuando se rinde pleitesía al grito de la mediocridad, el barro se erige ídolo.
Cuando se consiente que gobierne la delincuencia, sus tentáculos te hacen cómplice.
Cuando la democracia te envenena, siendo tu mejor opción.
Cuando el esperpento se ha hecho ley, y el silencio es la única justicia.
Cuando la usura retuerce corazones hasta convertirlos en sarmientos.
Cuando el odio se disfraza de justicia, y la envidia de supervivencia.
Y las voces…
Las voces que aún sabían cantar sobre la ruina,
Esas que cruzaban el barro sin ensuciarse,
Esas que acariciaban la verdad sin disfrazarla,
Esas voces…
Se apagan.
Y no hay miseria más grande que
estar a oscuras y pensarte de día.
Porque la grandeza de una sociedad
se mide en su capacidad para evitar la injusticia.
Porque el sufrimiento profundo no
es normal por mucho que se haya hecho habitual.
Porque nadie vomita ante la
opulencia opresora.
Porque no percibes tu propia
miseria mientras ansías esa opulencia.
Porque ya parece que de humanidad
solo nos quedan los ancestros.
Pregúntate si este nuevo paso evolutivo
merece la pena. O si estamos dando vueltas antes de que nos trague el mismo
abismo.