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jueves, 12 de noviembre de 2009

Mi cucaracha y yo o CUCARACHOFOBIA

Mi cucaracha es peluda: tiene barba de chivo y alardea de su pelo legionario con el pecho descubierto, a lo duquesadealba. Se afeita las piernas todas las mañanas con mi Venus de Gillette porque por las noches trabaja de Dracqueen en el garito estrella del polígono El viso.
Tiene los ojos tan grandes que cada vez que entro en el minibañódromo –común a todo hogar mileurista que se precie: 3 m cuadrados para 4 piezas de baño– su mirada ilumina la estancia cuan cielos soleados; y es que me ahorro los euros a sacos con Endesa.
Pero esta mañana se le ha encarado a mi madre, me la ha atropellado como los bancos atropellan a los hipotecados, pasándole de brazo a brazo y haciendo parada en el canalillo, con regodeo.
«Toito te lo consiento menos faltarle a mi madre», le he dicho ofuscada cuan Maruja a la que se le cuela una vieja comprando el bacalao, y acto seguido se ha apoderado de mí el más bajuno de los instintos de House y me he armado de mascarilla y Cucal –que digo yo, pudiendo contaminar pa qué hace falta escuchar el crunch de un pisotón–. Y allí está, disoluta más que asfixiada, en un lago de producto químico irrespirable –está visto que los fabricantes consideran cucarachas también a los que compran sus productos–, con su melena ondulando en Cucal.
En realidad lo que ha pasado es que he visto una sombra correr de váter a bidé, he pegao un berrío que ni Iron Maiden y del bote que he dao he llegao a la cocina a por matacucarachas sin poner los pies en el suelo, que si asco me dan estos bichos si le sumamos el sonido al pisar 200 kg de insecto en canal… puaaaaaaaaaaaaaaaaaj. Y resuelta y disoluta…, eso, disoluta sí que ha quedao la madame, sí. Adiós cucaina, adiós, avisa antes de ir al Infiernocucarachil que debe haber overbooking.
Si National Geographic lo lee, esto solo ha sido un cuento de ficción.