A Pepe, Mujica.
El mundo huérfano, Pepe. Tenías que irte, lo sé,
pero por qué lo hiciste ahora que te necesitamos más. Nos dejaste con la caterva de iletrados, insensibles,
impresentables, infames, inútiles, innombrables al fin y al cabo, que ahora
destrozan el mundo. No es tu culpa. También lo sé.
20 de mayo, Día de las abejas. Día de la Humanidad.
Te fuiste como el último dragón, único en tu especie, sobrehumano absolutamente. Con tus claroscuros, por supuesto. Pero honesto, noble, auténtico, cálido, coherente, sensible, con ese sentido del humor tan especial, con esa mirada dulce que se volvía universo oscuro y profundo, insondable, al recordar lo roto que llegaste a estar.
No eras un abuelo, no. Eras un ser sabio, con esa sabiduría ancestral del que camina por el mundo con el peso de dos o tres eternidades condensadas en una sola vida. Porque ser maestro es la más honorable de las distinciones y tú lo fuiste, sin duda. Lecciones como las tuyas, sin ni siquiera proponértelo, la humanidad no tiene la esperanza de volver a verlas en mucho tiempo, me temo.
No hay mayor mediocridad que no percibir la grandeza cuando la tienes delante y conseguías que nadie fuera mediocre, porque nunca dejaste a nadie indiferente con tu presencia. Y ahora tu ausencia. Igual de grande.
Porque, a pesar de sus aciertos, ausencias como la tuya hacen mediocre el Nobel.