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jueves, 13 de noviembre de 2008

Una vida en una hora

Existen muchos tipos de persona; Mao Zedong —Tse-tung para los amigos— distinguía entre los Comunistas y los Malos; Sergio Leone los dividió en El Bueno, el Feo y el Malo; Losantos en Mis amigos y los Siervos de Satanás…
Lo que sí es cierto es que algunas veces en la vida topas con alguien —del tipo que sea— con el que conectas en el mismo instante que cruzas las miradas o una simple frase, y sientes que es como si le conocieras por los siglos de los siglos, como si la eternidad no hubiera podido separar unas almas condenadas a encontrarse en todas y cada una de las reencarnaciones que lleven a cabo, como si hubieras recorrido junto a la persona esa inmensa eternidad compartiendo las chanclas.
Y esa persona te hace sentir universal —ciudadano del mundo, hermano del ser humano—, te sientes pleno y en armonía por unos instantes, justo los instantes en los que permaneces conectado.
Hasta que llegas a casa y al abrir el buzón encuentras el segundo pago del IRPF, una multa de tráfico y el IBI juntos en una orgía oficial en la que, de repente, te hayas inmerso sin pedirlo mientras te asalta el más bajuno instinto pirómano, y te imaginas cómo disfrutarías viendo arder esos tres magníficos documentos en una descomunal montaña de leña donde el mismo Demonio les pinchara en el culo al señor de Hacienda, al poli de firma fácil —o a la máquina de flash rápido— y al que lame los sellos en el Ayuntamiento de turno.
Eso me pasó en mi última visita a Málaga…