FB

domingo, 28 de agosto de 2016

Lectora y escritores

De Dumas padre no me puedo olvidar, leí El conde de Montecristo a los 11, en el campo (en un asalto de tres días). Luego fueron Los tres mosqueteros o El collar de la reina.
Había pasado ya por mis manos La Historia Interminable de Michael Ende (9 años), y dado el estado de flipe que me produjo no pude más que buscar otra obra suya por aquello de quitarme el Momo.
Leí algunas obras más LIJ, pero sin pena ni gloria, así que fui curioseando hasta llegar a Eco y ese bestseller, El nombre de la rosa, que tanto dolor de cabeza palabril me produjo (iba con boli, libreta y diccionario) pero que tanto me hizo aprender.

Luego, leyendo por obligación a Cela, Unamuno, Machado, Vargas Llosa, Hernández, Lorca, Valle-Inclán, Clarín, Cervantes, Ovidio, Lope de Vega o Quevedo en bachillerato; y al Padre Isla (Fray Gerundio), Echenique, García Márquez, Allende, Góngora, Savater, Shakespeare, Bronte, Valéry o Marlowe endemientras hacía como que estudiaba Hispánicas.

Por el camino cayeron lecturas como Bukowski a los 18, jaté tú qué tino la edad, que me pareció todo un descubrimiento el realismo sucio dicho sea de paso; a la Generación Beat con Kerouac y su rollo interminable On the road; de los malditos solo me tiré a Mallarmé y a su fuente hidrográfica Baudelaire. A mi pobre Joyce le dije que me pareció tremendamente hard y le prometí reunirme con su Ulises de nuevo una vez tuviera el suficiente tiempo que perder filosofeando, cosa que ahora sí que veo hard. Pero tuvieron cabida Hemingway, Muñoz Seca, Maugham, Montalbán, Tolkien, Bazán, Mihura, Sade, Steinbeck, Jonasson, Grandes, Montero, Gaite, Soler, Pombo, Rowling, Tirso de Molina y su compadre Muñoz, Dante, Calderón, Mitchell, Christie, Mendoza y yoquésémás...
Of course, cayeron por el camino bestseller tocomocho: El código Da Vinci, Los pilares de la tierra... Obras bastante vendidas pero que doy por hecho que serán atemporales: La sombra del viento, La catedral del Mar... Y obras hechas a medida: El niño del pijama de rayas.

50 sombras de Grey he de decir que lo leí con mucha curiosidad, por mis alumnas, y que, si bien es verdad que al principio las animaba a leer, aunque fuera eso, luego reculé/marrepentí/medesdijí/renegué de mí misma y de mis ideas del demonio para hacer lectores a mis alumnos a toda costa, porque una cosa es recomendar leer y otra que mis alumnas lo calificaban de literatura, Mon Dieu! (es un bodrio infumable, no lo he tirado porque fue un regalo de alguien querido, que si no...).

Las distopías vinieron de la mano de Farenheit 451 del maestro Bradbury, pero las actuales Los juegos del hambre o Divergente también me llamaron la atención.
Pessoa me puso a heteronimear y Galeano me abrió las puertas de las más bellas imágenes con sus mitos y sus fuegos.

Y admito sin pudor que aún tengo pendientes a mis dos premios Nobel olvidados, Benavente y Echegaray, he de leerlos por vergüenza torera.

Ya metida en harina en la vorágine universitaria empecé a echarle ojos a la LIJ y lo primero que me llamó la atención fueron los álbumes ilustrados de Benjamín Lacombe, aunque me gustó redescubrir a Fernando Alonso o sumergirme Donde viven los monstruos... Lindo y Fuertes eran mi fuerte.

Pero, aun habiendo omitido a muchos autores que también han caído entre mis manos, he de admitir que leo muchísimo menos de lo que debería puesto que, en esta sociedad de imbéciles, a alguien se le ocurrió que los profesores de universidad debían hacer una ingente cantidad de soplapolleces burocráticas que, al final, lo único que se consigue con eso es que haya que dedicar el 80% del tiempo a aparentar y a rellenar papeles.

Gracias a ANECA y a los SEXENIOS y gracias a los que les importa un mojón el tiempo que hace falta para reestructurar CV (el mío pesa casi 3 kg, de papeles. Sí, lo que lees) de un capricho a otro de tipo de CV según se gobierne o dónde, cada vez los profesores somos menos profesores. Porque si no nos dejan leer por placer no sé cómo narices vamos a transmitir esa pasión. En fin.

Asiné y asín seloemo contao...